
Presumo (y creo que el final lo confirma) que señala las formas simplistas de entender lo religioso, el maniqueísmo y la tendencia autocomplaciente de interpretar los preceptos cristianos: un vicio justificatorio en el que no hay nada de verdadera piedad y sí mucho de prejuicio e hipocresía.
En La persona desplazada convergen los tipos de segregación habituales en la Georgia de la época de la autora: la persona desplazada no es aquí ya un negro, sino un extranjero que migró desde Polonia, con lentes redondos, al que se le depara tanta admiración por su abnegada manera de trabajar como reticencia por sus tradiciones y costumbres. Nunca se dice que él y su familia son judíos, pero la serie de conversaciones que mantiene la granjera con sus negros y sus demás empleados lo dejan traslucir: -No están donde deberían estar-dijo-. Tendrían qu'estar allí donde todo sigue siendo como antes. Entiéndase, "como antes" a--->; antes de Cristo (judíos) y a antes de las reformas religiosas donde nace el protestantismo imperante en Norteamérica. Hay quejas por lo bajo y la actitud persistente de pensar que en Norteamérica se está más avanzado, que no hay personas desplazadas. Sin embargo, no será difícil notar que esto no tiene ningún asidero.
Un círculo en el fuego: La dueña de una estancia rural se ve atormentada por un grupo de adolescentes varones que llegan de improviso a su granja y que, como sólo ven mujeres, no tienen apuro en irse ni empacho en tomar todo lo que se les antoje. La misoginia de los muchachos se topa con el férreo carácter de la jefa. Las fechorías a despecho, un ambiente hostil y la obstinación del grupo que no tiene apuro en retirarse, hacen tambalear la seguridad de la granja. Un círculo en el fuego, no de fuego, sino en él, un espacio esférico descubierto (vaya a saber a qué parábola bíblica pueda estar remitiéndose esta figura) es lo que centellea a lo lejos, en el final irritante de este cuento. Irritantísimo, sí, pero no pudo ser mejor contado.
El negro artificial: Es sencillamente magistral. Aquí se llega a una conclusión respecto del desprecio racial: el racismo es lo que nuclea a los discriminadores, lo que les permite sobrellevar sus diferencias. Hay un viejo que lleva a su nie

La buena gente del campo: Título irónico, mordaz. Hay una vieja rapaz que está a la caza de minucias, es la mano derecha de la dueña y es muy entrometida. Tema recurrente: una mujer que administra sola un campo y los riesgos a los que el entorno la predispone. Mujeres solas, una de ellas es una adolescente recibida de filosofía, atea, que tiene una pierna postiza, y que conoce a un ocasional vendedor de Biblias que se gana la confianza de la madre. Entre la joven y el ambulante nace un subrepticio, efímero amor que culmina en un patético desengaño. El simplismo con que esta gente de campo confía en otra sólo porque es de su religión o, lo que es peor, por la afirmación de la creencia en Dios, es extremadamente riesgosa y roza en la imbecilidad.
Más pobre que un muerto, imposible: El odio entre los integrantes de una familia se abisma por la brecha que supone que algunos vivan en el campo y otros en la ciudad. Hay un menosprecio palpable en la manera en que el viejo de este relato habla de su pariente de la ciudad. Urbanidad y ruralismo parecen inscribir a la gente en campos adversos. Este viejo de campo está preocupado por su tumba, muy preocupado, de modo que se construye un cajón y le advierte al nieto cómo y dónde tiene que enterrarlo. Claro que las cosas no siempre salen bien...
Greenleaf: Patrona de campo con dos hijos, pero sin marido, reniega con los encargados que tiene a su mando. El señor Greanleaf, que se hospeda dentro de su territorio con su familia, es un hombre parsimonioso, vago, negligente, y no le hace caso. De repente aparece un toro suelto, ajeno, y la mujer va a pedirle a Greanleaf que lo saque del perímetro, porque puede inseminar a las vacas, pero el hombre necesita que sea un muchacho el que se lo mande, y no una señora, de modo que el toro quedará suelto por mucho tiempo más y la señora reñirá y se desgañitará pero Greanleaf no moverá un dedo. Luego, sucede una tragedia.
Volvió a la cama pensando que si los chicos Greanleaf habían salido adelante era gracias a que ella había dado empleo a su padre cuando nadie más lo hubiera hecho. Hacía quince años que tenía al señor Greanleaf, pero ningún otro lo habría tenido más de quince minutos. El simple modo en que se acercaba a un objeto bastaba para indicar a cualquiera que tuviera ojos en la cara qué clase de trabajador era.
Una vista del bosque: Este es bastante brutal. Aparece el denominador común de muchos cuentos: el odio entre los parientes políticos. En esta familia el abuelo tiene especial afecto por Mary Fortune, una niña cuyo carácter analítico, frío y materialista se parece mucho al de él. El viejo detesta a su yerno y éste se aplica en molestarlo castigando a la niña sin causa alguna.
"El hecho de que Mary Fortune también fuera una Pitts era algo que él no tenía en cuenta, con la delicadeza de un caballero, como si se tratara de una desgracia de la que la niña no era responsable."
Cuando la gente se cree inteligente-incluso cuando lo es-, nada de lo que otro diga puede hacer que vean las cosas como son, y en el caso de Asbury el problema era que, además de ser inteligente, tenía un temperamento artístico.
Flannery O'Connor y el misterio del mal, de María Isabel Montero y Gamíndez
Universidad Complutense de Madrid
La aportación de Flannery O'Connor al cuento americano, de Manuel Broncano
Universidad de León
Mundos breves, mundos infinitos, de Manuel Broncano (este sí se editó, en una tirada corta, y no llegó a Argentina)
Universidad de León
Si alguien tuviera digitalizado cualquiera de estos textos agradecería que me lo hiciera llegar, o si se editaran, que me lo hiciera saber.
....Si supiera de un estudio nuevo, en español, que saliera a la venta, agradecería la información.
Flannery O'Connor, de Brad Gooch (recientemente traducido del inglés Flannery, a life of Flannery O'Connor) .
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