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lunes, 2 de mayo de 2011

Caín, José Saramago

Si en El evangelio según Jesucristo nos da una versión del Nuevo Testamento, en este libro nos da una sobre el Viejo Testamento. Si en el primer libro pone en jaque a las creencias de los cristianos, en este otro apunta a las de los hebreos, aunque, claro está, están incluidas en el cristianismo. Comienza a narrar desde la creación de Adán y Eva, incluyendo el diluvio universal, pasando por todas aquellas vicisitudes que tienen especial relevancia en la religión. Hace de Caín un personaje testigo, e incluso, intervencionista, en diversos momentos y lugares. Caín viaja por el tiempo y por el espacio involuntariamente. Tiene un hijo con Lilith; es él quien detiene el brazo filicida de Abraham; observa indignado cómo Dios destruye la torre de Babel; defiende la libertad de culto cuando sucede lo del becerro de oro; le parece un abuso de Dios lo que le hace al pobre y fiel Job; se espanta ante la masacre de Sodoma (con tantos niños y mujeres inocentes quemados vivos); y no le gusta nada la decisión caprichosa del Señor de terminar con el humano mandando un diluvio, como si eso garantizara que la nueva descendencia no fuera a incurrir en los mismos errores. Se cuestionan desde todo punto de vista las inconsistencias bíblicas y los sinsentidos.
Clama a los cielos la imprevisión del señor, ya que, si realmente no quería que le comiesen el fruto, fácil remedio tendría la cosa, habría bastado con no plantar el árbol
Por supuesto y, igual que en El evangelio según Jesucristo, Saramago confronta y pone en evidencia la gran contradicción inherente al cristianismo: el libre albedrío y la predestinación. Dios es el hacedor de todas las cosas y mueve a todos los seres. ¿Cómo entonces tendrían ellos libertad de acción si todos sus movimientos ya están determinados antes de nacer? ¿De quién es entonces la culpa de los actos de maldad humana? ¿Cómo han de escaparse los hombres a los designios de Dios cuando estos los lancen hacia el pecado? Dice Caín a Dios cuando éste viene a ponerle la marca en la frente por su crimen:
Sí, es verdad, yo fui el brazo ejecutor, pero la sentencia fue dictada por ti.
La extraña protección que ofrece Dios al culpable en la Biblia (eso de ponerle una marca en la frente denotando su criminalidad, pero jurarle resguardo ante cualquier posible atacante) queda explicada en la versión saramegeana como un cargo de consciencia divino por tener culpa compartida. Pues, aún si no fuera suficiente el hecho de que todo sucede por voluntad exclusiva de Dios, está el acontecimiento desencadenante: que Dios haya preferido la ofrenda de Abel y haya desdeñado a la de Caín, que haya sembrado discordia entre los hermanos estableciendo preferencias. Luego, sucede lo de Abraham:
El lector ha leído bien, el señor ordenó a abraham que le sacrificase su propio hijo, con la mayor simplicidad lo hizo [...] Lo lógico, lo natural, hubiera sido que abraham mandara al señor a la mierda, pero no fue así. [...] Les dijo entonces a los criados, Quedaos aquí con el burro que yo voy hasta más arriba con el niño a adorar al señor. Es decir, además de ser tan hijo de puta como el señor, abraham era un refinado mentiroso.
La incisiva, irónica y, hay que decirlo, cómica mirada de Saramago les da un sentido y un tono distinto a los acontecimientos. Transcribo este diálogo entre Isaac y su padre alterando la forma original para que quede claro quién habla en cada ocasión (Saramago separa un diálogo de otro por una coma y una mayúscula, sin hacer uso del guión o de las comillas):
Isaac: Padre, qué te hecho para que quisieras matarme a mí que soy tu único hijo Abraham :Mal no me has hecho, isaac [...] La idea fue del señor. Isaac: Y qué señor es ese que ordena a un padre que mate a su propio hijo Abraham: Es el señor que tenemos, el señor que estaba aquí cuando nacimos [...] Isaac: Y si ese señor tuviera un hijo también lo mandaría a matar. Abraham: El futuro dirá. [...] Isaac: Y si tú hubieras desobedecido la orden, qué habría sucedido. Abraham: Lo que el señor suele hacer es mandar la ruina o una enfermedad a quien le falla. Isaac: Entonces el señor es un rencoroso.
Las mujeres en las novelas de Saramago tienen roles decisivos, no son adornos. Le gusta poner en evidencia el machismo, casi que queda como la gran debilidad del hombre débil, valga la redundancia. En ese sentido, me siento segura al leerlo, sé que no encontraré esos molestos guiños que algunos escritores hacen a los lectores masculinos. Al contrario, Saramago no se avergüenza de poner al género masculino en ridículo a causa de su machismo. Hay que notar la sorna con que relata el episodio de Adán tras morder la manzana, pues éste le echa la culpa a Eva y Dios la condena a padecer siempre el gobierno del hombre. Sabemos que Saramago es ateo y que, en virtud de eso, no está acusando a Dios de todo lo que le imputa, sino a las criaturas que lo crearon: los humanos. Dios es creación humana, por ende, todas sus características serán una trasposición, estarán al servicio de los ideales en boga y servirán de comodín para diversas injusticias. ....Lilith, que se enamora de Caín, le pide a éste que mate a su esposo, pues su esposo ha pasado sobre la gran autoridad que es Lilith en su tierra y ha querido asesinar a su enamorado. Claro, Lilith se siente incapaz de cometer el crimen, y Caín le dice:
Hombres que matan mujeres es cosa de todos los días, matándolo tú a él tal vez inaugures una nueva época.
Pero como ninguno de los dos tiene la suficiente maldad para acometer un asesinato, el marido vive hasta perecer de muerte natural. Es de destacar que al escritor le gusta invertir los planos, poner a los supuestos buenos como malos y a los llamados malos como víctimas de los buenos. Los que por tradición religiosa son buenos se vuelven malos a raíz de su conservadurismo, su pasividad y su obediencia irreflexiva y los que tradicionalmente se conocen como malos se descubren buenos porque no temen emitir su juicio sobre los designios divinos, cuestionándolos y rebelándose ante ellos. Estos últimos son los desventurados de la historia, los estereotipos, víctimas de la universalización de una parábola ejemplificatoria sacada de contexto, reformada o de dudosa interpretación ética. ....En el pasaje de la Torre de Babel:
Un habitante: Probablemente ni ruinas habrá, hay por ahí quien le ha oído decir al señor que mandará un gran viento para destruirla, y lo que el señor dice, lo hace. Caín: Los celos son su gran defecto, en vez de estar orgulloso de los hijos que tiene, prefiere dejar que lo venza la envidia, está claro que el señor no soporta ver a una persona feliz.
Caín encarna la racionalidad. Libre de prejuicios y del pensamiento supersticioso o ávido de milagros, no se conforma con explicaciones complacientes. Piensa claramente y no siente temor a Dios. Esto es lo que Caín advierte en el pasaje en el que Lot es emborrachado por sus hijas que se acuestan con él para darle descendencia, (ya que su mujer ha muerto convertida en sal por mirar hacia atrás por la maldad divina).
A un hombre borracho de esa manera, hasta el punto de no darse cuenta lo que está pasando, la cosa simplemente no se le levanta, y si no se le levanta la cosa, entonces no puede haber penetración y, por tanto, de engendrar, nada. Que el señor haya admitido el incesto como algo cotidiano y no merecedor de castigo [...] no es nada que deba sorprendernos [...] Es posible, aunque esto no pase por ahora de una simple hipótesis de trabajo, que la liberalidad del señor en esto de hacer hijos tuviera que ver con la necesidad de suplir las pérdidas en muertos y heridos que sufrían los ejércitos propios y ajenos.
Se pone en evidencia la parcialidad del señor, que se alía con el ejército israelita y masacra a las poblaciones de los alrededores sin ninguna compasión divina, como si de ellos no fuese dios. Así, se destruye a los madianitas, se toman sus bienes, se matan a sus hijos y se expropian a sus mujeres. Se destruye Jericó y se tira abajo su templo. Se saquean y se incendian un sinfín de ciudades en nombre de Dios y con su protección y connivencia. Al final, Caín, provisto siempre de un pragmatismo inenarrable, dice:
Me voy, ya no soporto ver tantos muertos a mi alrededor, tanta sangre derramada, tanto llanto y tantos gritos, devuélvanme mi burro, lo necesito para el camino.
Nota: Los sustantivos propios aparecen en este libro en minúscula.
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El que haya leído algunos de sus libros quizás recuerde que la mayoría están dedicados a Pilar. He visto esta película, fragmentos recopilados de distintos momentos que pasó con ella, una periodista española con la que compartió las últimas décadas de su vida. Su compañera, su pilar (dice en alguna dedicatoria) y su amor, a ella debemos las traducciones al español de casi la totalidad de la obra de José Saramago.

.El film fue grabado cuando él ya estaba enfermo y temía no llegar a terminar El viaje del elefante. Por suerte tuvo tiempo para finalizarla e, incluso, para escribir una más, la última: Caín.




4 comentarios:

Nelson dijo...

Excelente post Noelia. Y el libro es muy bueno también, ayuda a la reflexión. Aunque lo juzgo como una obra menor de este autor imprescindible.

Marisa dijo...

Excelente, Noelia. Este libro y el anterior, que ya presentaste, "El Evangelio según Jesucristo", me resultan extremadamente interesantes pero, además, tu análisis y presentación de los mismos hace que me muera de ganas de leerlos.
Los fragmentos que has seleccionado me parecen un exquisito aperitivo, lúcido, inteligente y divertido de lo que me voy a encontrar.
En cuanto pueda, leeré los dos.
Muchas grácias por tu espléndido análisis, amiga.

Un beso.

Joe dijo...

Lo primero que leí de él fue, típico, El Evangelio Según Jesucristo", quería leer el del elefante... pero me cebaste con Caín.

jlg

José A. García dijo...

Este está en mi lista de espera... Ya caerá en mis manos y volveré a comentarlo.

Saludos

J.

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