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viernes, 5 de noviembre de 2010

Las pequeñas memorias, José Saramago

    Si quieren conocer cómo eran los tiempos de antes, y cómo se las arreglaban las familias de escasos recursos que vivían tanto en el campo en una pequeña choza de adobe y paja así como, en zona urbana, rentando habitaciones "con derecho a cocina" o compartiendo vivienda y gastos con otras familias, lean estas memorias.
    No es una sucesión cronológica de hechos, es más bien un fluir espontáneo de recuerdos de la infancia y de la adolescencia, de allí el título de pequeñas memorias. ....Las evocaciones se hilvanan en desorden, emanan desde el capricho de la mente, eso que nos da por recordar esto o lo otro de manera arbitraria. Va para atrás y para adelante en el tiempo sin el menor problema.
    Como es una obra autobiográfica, carece del alto vuelo imaginativo que tienen sus otras novelas, pues aquí se ve limitado por los hechos y lo que de ellos recuerda. Diría que es un libro recomendadísimo para quienes tengan entre sus escritores preferidos a José de Sousa, que este es el verdadero nombre del autor, a quién un empleado del registro civil, algo borracho a la hora de anotar al niño, le adjuntó detrás del apellido real el apodo por el cual se conocía a la familia en la aldea: Saramago (en español Jaramago) bautizándolo para siempre con el que sería, más adelante, un prestigioso nombre literario.
    Creció en una familia de bajos recursos, padre policía y madre ama de casa. Su único hermano, Francisco, murió a la edad de cuatro años, víctima de una enfermedad infantil. Su niñez y parte de su adolescencia es la historia de traslados constantes de una casa a otra, un promedio de una mudanza al año.
    Se inicia en la religión porque en uno de los cambios domiciliarios les toca compartir techo y gastos con una familia en cuyo seno vivía una mujer que le sugirió a la madre de Saramago que ya era hora de que el niño haga su comunión. Así la describe Saramago a su madre ante la sugerencia de la vecina: escéptica por indiferencia. Así es, su madre, escéptica por indiferencia, le dice que sí, que le da permiso para que lleve al chico a adoctrinar.
    A los abuelos paternos los describe como fríos y vacíos de afecto. El verdadero solaz donde este niño va a disfrutar algunas temporadas es a la casa de sus abuelos, perdida en el campo. Una vivienda precaria, sin ventanas, de adobe y paja, donde todo es sinceridad y nada se oculta, donde el niño aprende las tareas del campo y la sencillez y humildad del carácter de sus abuelos.
    "...en una época como esta nuestra en que a los cinco o seis años, cualquier niño del mundo civilizado, incluso sedentario e indolente, ya ha viajado a Marte para pulverizar a cuantos hombrecitos verdes le salieran al paso* [...] Al lado de tan superiores hazañas el muchachito de Azinhaga sólo podría presentar su ascensión a la punta extrema del fresno de veinte metros [...] Poca cosa, es verdad, pero me parece más que probable que el heroico vencedor del tiranosaurio ni siquiera sería capaz de atrapar una lagartija con la mano."
    Habla de su temor a los perros, iniciado durante su niñez a raíz de una confrontación al penetrar el pasillo de la dependencia, un edificio re- alquilado entre muchas familias.
    Una de sus pesadillas recurrentes:
.......me veía encerrado en una habitación de forma triangular donde no había muebles, ni puertas, ni ventanas, y en un rincón cualquier cosa (lo digo así porque nunca conseguí saber de qué se trataba) que poco a poco iba aumentando de tamaño mientras sonaba una música, siempre la misma, y todo aquello crecía y crecía hasta arrinconarme en la última esquina, donde por fin despertaba.
    Las anécdotas van de lo gracioso a lo tragi-cómico, pasando por lo desconcertante.
.    "...la bofetada era un instrumento indispensable en los métodos educativos vigentes [...] la aciaga palabra era acelga, que él pronunciaba acega. Bramaba el tío: ¡Acelga, so bruto, acelga!, y Leandro ya a la espera del sopapo, repetía: Acega. Ni la agresividad de uno, ni la angustia del otro merecían la pena, el pobre chiquillo, aunque lo mataran, diría siempre acega. Leandro, claro está, era disléxico"
    Este episodio del que pego a continuación un fragmentito me gustó en particular, porque la verdad, cuando oigo decir a alguien eso de que en mis tiempos no pasaba refiriéndose a una cosa tenida por indecente siempre medito ¿no pasaba o pasaba a ocultas? Mi abuela lo decía con más precisión, porque ella decía esto en mis tiempos no se oía. Y sí, se ocultaba, qué se va a oír . Aquí Saramago con su delicada ironía final, me hace pensar que ando en lo cierto:
    "También fue en la calle Padre Sena Freitas donde dormí (o no dormí) parte de una noche con una prima [...] acostados en la misma cama, ella de la cabecera a los pies, yo de los pies a la cabecera. Precaución inútil de las ingenuas madres [...] dimos comienzo a una minuciosa y mutua exploración táctil de nuestros cuerpos [...] Fingíamos dormir como angelitos cuando, iba ya la noche bien entrada, la tía María Mogas vino a recogernos a la cama para regresar a casa. Aquellos sí eran tiempos de inocencia."
    Aquí se resume una duda que solemos tener las personas respecto de los recuerdos, sobre todos los más antiguos, aquellos que vienen de la infancia:
    "A veces me pregunto si ciertos recuerdos son realmente míos, si no serán otra cosa que memorias ajenas de episodios de los que fui actor inconsciente y de los que más tarde tuve conocimiento porque me los narraron personas que sí estuvieron presenten, si es que no hablaban, también ellas, por haberlas oído contar a otras personas."
    Primer libro que lee José Saramago: A Toutinegra do Moinho, de Émile Richebourg.
....Hay nostalgia a la hora de plasmar muchas líneas, el lector puede percibir esto como un ligero temblor de dubitación, como una añoranza, como la nostalgia del paraíso perdido o a punto de perder. Frecuentemente hay una afirmación que se repite casi obsesiva, yo te recuerdo, yo la recuerdo, yo los recuerdo, que creo parten de la certeza de que esas imágenes, esos recuerdos, esos hechos, están grabados en la cabeza del autor y de nadie más y que, al morir, desparecerán con él. Vean esto, me conmovieron estas líneas:
    "Tú estabas, abuela, sentada en la puerta de tu casa, abierta ante la noche estrellada e inmensa, ante el cielo del que nada sabías y por donde nunca viajarías, ante el silencio de los campos y de los árboles encantados, y dijiste con la serenidad de tus noventa años y el fuego de una adolescencia nunca perdida: El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir. Así mismo. Yo estaba ahí."
    Escenas de la vida cotidiana en casa de los abuelos maternos:
    "Entre los lechoncitos acabados de nacer aparecía de vez en cuando uno que otro más débil que inevitablemente sufriría con el frío de la noche, sobre todo si era invierno, y podría serle fatal. [...] Todas las noches mi abuelo y mi abuela iban a las pocilgas a buscar los tres o cuatro lechones más débiles, les limpiaban las patas y los acostaban en su propia cama. Ahí dormían juntos, las mismas mantas que cubrían a los humanos, cubrían a los animales, mi abuela de un lado de la cama, mi abuelo del otro y, entre ellos, tres o cuatro cochinillos que creerían que estaban en el reino de los cielos..."
    El inquietante caso de la tía Emídia, persona de edad, que había venido a casa de los Saramago por unos días y vendía golosinas en un puestito en la calle. Una mujer a la que le gustaba el alcohol:
    "Un día las mujeres de la casa la encontraron tendida en el suelo de su habitación, con las piernas abiertas y las sayas levantadas, cantando no me acuerdo qué, mientras se masturbaba. Yo también acudí a curiosear, pero las mujeres formaban una barrera y apenas pude percibir lo esencial... Debía de tener unos nueve años, no más."
    Al final del libro hay fotografías explicadas de puño y letra por José Saramago. Contaba con pocas imágenes de su niñez y de su juventud, razón por la que si se busca en google imágenes de dicho escritor, solo aparecen las que lo muestran de edad avanzada. Las pocas que hay de etapas más tempranas de su vida, las adosó a sus Pequeñas memorias. Resalta la adoración que sentía por su madre y por sus abuelos maternos.
    En aquellos tiempos esto tampoco pasaba. Pero pasó:
    "Yo tendría, creo, entre los dos y tres años. Un poco alejado de la casa (todavía estábamos viviendo en la calle E), había un montículo de caliza abandonado de alguna obra. A la fuerza (mi débil resistencia de nada podía servirme), tres o cuatro niños ya crecidos me llevaron hasta allí [...] me bajaron los pantalones y los calzoncillos y, mientras unos me sujetaban los brazos y las piernas, otro comenzó a introducirme un alambre en la uretra.[...] Tal vez la sangre abundante que comenzó a salir de mi pequeño y martirizado pene me salvara de lo peor. Los mozalbetes se asustaron, o tal vez pensaron que ya se habían divertido lo suficiente, y huyeron."
    .Finalmente, queda por decir que muchas de las personas que se ven fugazmente esbozadas en este libro dejaron una huella profunda en el niño o jovencito que en ese tiempo era el autor, y determinaron aficiones, oficios, inquietudes, modos de ver, de sentir y de pensar que se pueden rastrear, aunque levemente, en sus novelas ficcionales.

*Se refiere al mundo virtual, a los videogames.

5 comentarios:

Marisa dijo...

Los recuerdos son libros que se vuelven a reescribir con el paso de los años...
Preciso trabajo de selección de citas y tus comentarios, Noelia.
Un abrazo.

Noelia A dijo...

Gracias, Marisa. Así es, a los recuerdos los reescribimos cada vez que los evocamos. Otro abrazo.

Anónimo dijo...

Excelente trabajo, felicidades

Anónimo dijo...

ayudaaa....... libro de jose saramago PERO EL RESUMEN !!!

Anónimo dijo...

son muy buenos los libros e jose saramago

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